Sigue el genocidio en Darfur
CUATRO años después del inicio del conflicto de Darfur, la región del oeste de Sudán, el primer genocidio del siglo XXI sigue imparable ante la indiferencia generalizada de la opinión pública de Occidente y la habitual y previsible impotencia de la ONU, esa organización perfectamente prescindible, donde los dictadores del mundo tienen abiertos sus micrófonos y los grandes del Consejo de Seguridad preservan sus intereses criminales a costa de matanzas de civiles, como hecatombes redivivas de una cíclica pesadumbre de lesa humanidad. Por si hubiera alguna duda, Darfur es el último ejemplo de la inutilidad interesada de la ONU, una organización que salvo para hipócritas políticamente correctos, pacifistas de diseño, sandios buenistas y descerebrados de la Alianza de Civilizaciones, hace tiempo que está pidiendo el relevo por un nuevo concierto internacional con algunos visos de credibilidad y eficacia frente a las cada vez más frecuentes catástrofes humanas de las guerras contemporáneas. Desgraciadamente, quizá para que esa nueva reconsideración y parto sean posibles, tenga que acontecer algún cataclismo de parecidas o superiores dimensiones a la Segunda Guerra Mundial. La Historia viene indicándonos que solo así, de manera apocalíptica, bajo los efectos insoportables de las carnicerías universales, parecen concertarse las voluntades de los hombres y sus gobiernos en el tablero de la política internacional. Lo cierto es que ni en Ruanda, ni en Afganistán, ni en la ex Yugoslavia, ni en Irak, ni en Darfur, por citar los últimos conflictos más desastrosos acaecidos en el planeta, ha sido capaz la ONU, no ya de resolver, sino de encauzar y alcanzar consensos internacionales suficientes para evitar que el fanatismo, la barbarie y la guerra liquidaran a poblaciones civiles hasta el grado asfixiante del genocidio.
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